domingo, 18 de septiembre de 2011

Primavera, estás aquí

Crepúsculo

Era un día viernes y decidí tomar las pocas cosas que necesitaba para partir y echarlas en mi mochila, alguna que otra muda de ropa, dos cajetillas de cigarros, la botella de mi trago preferido, mi cámara, alguna de mis cartas para ti y tu foto era todo lo que me bastaba.
Partí hacia el puerto en el primer bus que logré tomar y al cabo de dos horas estaba pisando el comienzo de esta larga travesía.
No quería perder tiempo recordando lugares de antaño así que sólo me dispuse a partir al sector donde arrendaban barcos, hablé con algunos capitanes y con otros pescadores para conseguir un barco acorde a mis necesidades hasta que encontré el indicado.

La tarde estaba sencillamente adorable y el mar inmenso no terminaba de encantarme, saqué unos cuantos cigarros y los disfruté con un trago tras otro, hasta que ya no pensaba del todo bien y mi equilibrio empezaba a escasear. Leí hasta el cansancio la carta que llevaba conmigo, mi confesión junto a tu foto eran el dulce martirio que enfermizamente anhelé por tantas horas. La noche cayó y tu recuerdo se transformó en tu imagen, como si estuvieras ahí conmigo, riéndonos de las mismas idioteces de juventud, recordando viajes y conversaciones que eran como tesoros que jamás dudaría en guardar entre mis debilidades, aunque significaran una especie de angustia recurrente.
Llamarte se había convertido en un riesgo muy grande y por lo mismo no quise agregar el teléfono a mis pertenencias. Al parecer este retiro se tornaba en una especie de éxito al poder seguir callando aún el deseo de gritarte un “te quiero” cargado de sensaciones.

Mi barco se agitó al chocar con una roca y yo caí al agua casi de inmediato, golpeándome en la cabeza. Unos minutos que para mí se sintieron como horas sin poder respirar se convirtieron en un relajo inmenso que ya cuando no quedaba más aire me desesperaron, pero extrañamente no tenía miedo, no había nada que me obligara a salir a  flote, hasta que de pronto escuché tu voz y vi tus manos estirándose en la superficie. No tenía fuerzas para moverme, cada vez me hundía más y realmente no había nadie que me salvara, estaba perdido, no había otro final posible, pero tú siempre estuviste, lo sé, me esperabas afuera, me llamabas con tu siempre particular estilo, entre sonriente y enojado, entre coqueto y furioso, entre deseoso e inocente, entre dulce y desdeñoso como un niño, todo lo que por años me había atado a ti ahora se manifestaba en un simple zambullido que me liberaba de esta cargosa culpa, casi como si ese hubiese sido el destino que siempre busqué, haciendo que me llevara este recuerdo tuyo, mi tesoro.