sábado, 14 de noviembre de 2009

Hey, Stop! II

El Café Ya No Sabe A Ti

Como si fuera extraño, Alfonso experimentó una rápida sensación de euforia, se sintió tembloroso, un tanto excitado por la verdad. El cigarro lo había dejado hace tiempo, pero por un momento deseó encender uno, como si estuviera sediento de un néctar inaccesible. Supuso que un cigarro no le haría mal a nadie, además, nadie tendría porque saberlo. Miró al joven que tenía en frente y como un cobarde dio media vuelta, saliendo del gimnasio camino a su casa, sin antes pasar a comprar cigarros y un encendedor para dedicarse a fumar.

Ya se veía el atardecer desde el balcón, el frío empezaba a caer y los deseos de estar pegado en aquel lugar se hacían incesantes, entonces tomó su jarrón de café favorito, se sirvió de un poco y disfrutó el momento fumando, recordando los bellos atardeceres de su juventud.

La noche estallaba sobre sus hombros, la gente se veía por las calles, dispuesta a gozar, mientras él aún pensaba que se sentía solo, amargado, como un viejo huraño. Sin embargo, aún había cosas que le dejaban un sabor dulce en el alma, sus días con Héctor.

Para él, Héctor era un hombre correcto, amable, de esos que ya no lograba encontrar, quizás no tanto porque no los hubiera, sino porque ya no le llamaba la atención buscarlos y
, por más que lo intentaba, aún no podía despegarse del suelo, las alas le habían quedado extremadamente dañadas como para ambicionar un vuelo sin desperfectos.

A veces creía soñar con él, mientras otras creía verlo pasar por la avenida, pero nunca era él, siempre tropezaba al andar, una y otra vez sin parar, hasta que se acostumbró a que no aparecería jamás, perdiendo la esperanza, extrañando su esencia.

Un temblor nuevamente le invadió el cuerpo, el último sorbo del café le pareció repugnante, sin querer, al hacer una morisqueta por el sabor, dejó caer el jarrón desde su balcón hacia la calle, viendo cómo los últimos restos de su época dorada eran liberados de su cobardía.

Estoy loco, loco por tu culpa... Ya no le tengo miedo a las alturas, Héctor ... ¿viste? ya no me tienes que molestar diciendo que no puedo subirme, espérame, no te vayas...

Ahora Alfonso sonreía desde el suelo, junto con su tazón y su amor por Héctor esparcido como el café amargo.


Esto va dedicado para ti, Alicia.
Te quiero, un abrazo.