domingo, 26 de diciembre de 2010

Una Verdadera Mentira III

Omnipresete por las malas

Estábamos sentados en los escalones del patio de la facultad, disfrutando a medias del reventón que se estaba llevando a cabo, porque recién nos dábamos la libertad de olvidarnos de la compostura, de las proporciones y de los qué dirán.
Martín miraba con su habitual cara de coqueto, signo claro de que buscaba anotar un gol, mientras Camilo, quien estaba a su lado, trataba de desmenuzar con los ojos la multitud descontrolada de sus compañeros, intentando nerviosamente de concentrarse en el horizonte de personas a su alrededor.
Al rato, ambos conversaban mirando el mar de gente, como si fuera una pieza infaltable, una especie de filtro, el no mirarse a los ojos (¡Con lo que a Martín le carga no hacerlo!).
La conversación era básica, casi fome y falta de compromiso, claramente ese guión no estaba dando resultados y alguien debía cambiar el parlamento si quería salir a flote.

¿Vámonos de acá? - Sugirió Camilo, lanzándole una mirada que decía mucho, acompañándola con una sonrisa tierna dibujada en los labios.
Martín lo miró sorprendido, pero aceptó. - ¿A dónde nos vamos? - agregó casi de inmediato para que la oportunidad no se esfumara.
Bueno... - titubeó - podemos ir a comer algo.
Caminemos y veamos donde terminamos - propuso al final, parándose y tomando sus cosas para partir de una vez.


Mientras caminábamos sentí que el aire me inundaba de relajo y despreocupación, que podía pensar en alto sin miedo a equivocarme o a parecer un idiota. Hablé sin filtro y sin restricción, profiriendo pelotudeces que de vez en cuando intentaba apaciguar, porque la culpa no se me iba como el aire entre los dedos.
Al rato llegamos a un local pequeño, pero acogedor, con un ligero toque de sobriedad y refinamiento que conservaba la modestia, en la entrada un letrero muy dedicado decía "Soñador".
Observé que la terraza tenía unas mesitas cuadradas de color caoba acompañadas de unas sillas que parecían hechas de mimbre y que, de un modo bastante irónico, a esa hora que no había mucha luz, se veían tentadoramente románticas para una primera cita improvisada en el seno de una fiesta universitaria. 


Nos sentamos al aire libre y conversamos, esperando que nos atendieran. Pasados unos minutos llegó una mesera con la carta, advirtiéndome que tenían desde distintas variedades de sandwiches hasta trozos de tortas con sabores raros, cosa que a Camilo no le inmutó, por lo que yo supuse que el muy pillo sabía donde me llevaba.
Terminé pidiendo un néctar simplón de naranja y él, torta de tres leches con un jugo natural de frutilla.


¿Te gusta el lugar? - preguntó.
Yo sólo hice un gesto aprobatorio con los ojos.
Si yo hubiera podido despegarme del cuerpo de Martín, creo que me hubiera arriesgado a decir que ahí había algo más que un simple interés de "amigos".