jueves, 7 de septiembre de 2006

Vehemencia II

La Otra Vivencia

Beatriz veía cómo aquella mujer era atada a la camilla y lograba percibir la angustia que la paciente mostraba al ser sedada por el doctor.
Ese día había decido permanecer allí por un tiempo más.

Seis meses atrás iba ingresado por la puerta del hospital psiquiátrico por causa de su amante, un hombre elegante, con bastantes ínfulas de superioridad, quien la mandaba ahí para callar un horrible crimen cometido, ya que necesitaba mantenerla encerrada, alejada de toda situación en que pudiese liberar aquel secreto de su alma, acusándolo y dejándolo mal en frente de sus pares.

En resumidas cuentas, este hombre que poseía bastantes recursos monetarios, decidió pagar una envidiable suma al Director del centro médico a cambio de la permanencia de la mujer, a la que le diagnosticaron depresión endógena. En cierto modo, una parte del informe era cierto, padecía depresión, pero no endógena. El dolor causado por la verdad, la llevaba a un profundo agujero, del cual nunca deseaba salir, lloraba al ver que su querido esposo la había engañado y al darse cuenta de que él haría todo lo posible por cumplir sus ambiciones, costase lo que costase, realmente no quería vivir así. Ningún enfermero ni doctor sabía el verdadero diagnóstico de Beatriz, todos creyeron cabalmente las palabras del Director y siguieron al pie de la letra todas las indicaciones que recibían por parte de éste.

Pasaron tres meses desde que llegó al lugar, cuando de forma repentina, el Director sufrió un ataque cardíaco causándole la muerte; a los pocos días, un nuevo Doctor había sido asignado en el puesto para poder suplir la pérdida. A Beatriz en un comienzo no le importó el tema, no pensó en nada más que en su felicidad y permanencia allí, pero de a poco creía poder encontrar la manera de librarse de aquel calvario y salir por la puerta triunfante. Fue mostrando mejoras en su ánimo, actitud y apariencia; ahora vestía de manera alegre, le sonreía al personal y entablaba interesantes conversaciones con algunos enfermeros y enfermeras que diariamente la visitaban. Un día, una mujer llegó al hospital, le llamó profundamente la atención su apariencia, estaba menoscabada, desarreglada y despeinada, parecía como si se hubiese jalado el pelo y roto las vestiduras. Pasaron algunos días y se acercó a ella, se llamaba Ágatha, y lo único que pedía era que le entregaran a su bebé; extrañamente recorría los pasillos de manera solitaria, murmurando lo mismo de siempre.

Momentos antes de ser atada a la cama, de un momento a otro, apareció vestida con un lindo kimono rojo (Ágatha le había comentado que le gustaban los atuendos japoneses), al parecer los doctores la habían complacido con algún pedido especial que ella les había formulado y ese día habían decidido vestirla así. Al poco rato, empezó a azotarse contra las murallas, le sorprendía de sobre manera que los enfermeros o enfermeras no la fueran a ver. Se levantó de su cama y salió al pasillo a ver si la podía ayudar, pero un doctor la tomó por un brazo y la devolvió a su cama, le advirtió que aquello era un experimento para ver cuán mal estaba la paciente y que no debían interrumpirlo, porque era de suma importancia en su mejora.

Exaltada, se quedó ahí esperando ver en qué terminaba la sesión.
Al culminar la experiencia, viendo a Ágatha tendida en la cama del frente, decidió quedarse ahí por más días - aunque sabía que prontamente la darían de alta- lo haría para saber en qué quedaría su caso y ver de algún modo cómo trataban a los pacientes, tal vez, este era un hospital cien por ciento ilegal y la metodología de trabajo no ayudaba en lo más mínimo en la recuperación de los desafortunados pacientes; eso era lo que precisamente quería averiguar.