lunes, 13 de septiembre de 2010

Meditación

Surreal

He pensado tantas veces en las mismas ideas que ya no hay duda que las tengo claras. He repasado una y otra vez el mismo discurso por mi cabeza en señal de aprobación que no hay necesidad de releerlo.

Tantas cosas he imaginado y manipulado en mi arrebatado pensamiento que ya parece que incluso ellas sucumbieron ante mis osados planes. Todo se supone que está en orden en mi mundo, pero nadie sabe que aún cuando duermo estoy pensando en cada paso que daré al día siguiente, ingeniando el modo de aplacar mi falta de espontaneidad, buscando justificación.

El bote en el cual me dirijo, el que me cruza constantemente entre las nubes y la tierra, entre la selva y el mar, de repente se torna extraño, confuso, participa en mi estado transitorio de ambigüedad universal, me envuelve y me escupe, me engaña. Saber si estoy palpando un lápiz es tan complejo como poder caminar por la Luna.

Pero ahora que el viento está estacionado al lado de mi barca, ahora que no me desafía y que no me insta a jalar del remo de hierbas que acostumbro a usar como motor, puedo decir que estoy sereno, en armonía y sintonía con mi absoluta confianza.

Algo había en mi cabeza. Esa cosa que ya no sabía si era parte de lo real o de lo ideal, a la que terminé por visualizar como un espejismo eras tú: Mi Verdad.

Tú flotabas, impresionada, desde lo alto del cielo, me miraste con cara de espanto mientras yo terminaba de decirte las últimas palabras, como si te lanzara un dardo inmenso, solapado de odio y frustración. Gimoteaste con fervor tratando de sostenerte, pero por más que lo intentaste, no fuiste capaz de vencer la gravedad y caíste: ahí quedaron mis años jóvenes, mis recuerdos yacían desparramados en las rocas.

 Yo fui quien te empujó... yo te maté.
Y ahora, ahora que te veo, siento que terminaremos donde mismo. Prefiero acompañarte. Adiós, locura querida, deja que otro te adopte y lo hagas prisionero, yo te libero.