lunes, 14 de marzo de 2011

Una Verdadera Mentira IV

Sólo fuiste mi comida (casi) literalmente.

"Poco prolijo" podría ser el concepto que más se acerque a este desenlace, que más bien debería borrarse de los registros idílicos.
Martín iba como león, pero con espíritu de liebre.
"¿Por qué?" se preguntarán ustedes - pues fácil, porque sentía que dentro de todo este ajetreo hormonal (calentura, para no ser cínicos) no había un sustento considerable, un gancho liquidante que lo terminara de convencer y sentir que por fin había encontrado al tipo hombrecito (que pareciera tal), hincha bolas y sexeable.

Un día Camilo decidió preparar almuerzo en el departamento, así que pasamos primero al supermercado, escogimos comida y nos fuimos rápidamente a cocinar. Entrando al living dejé mis cosas, aliviado ya de haber evitado el mirarlo con deseo por la calle, mientras que él escurridizamente me besaba por el cuello, cerrando la puerta e intentando una maniobra que yo fríamente frené en seco.

Ju! ¿Como si la huevá fuera tan simple como llegar a la casa y tirar?
Uh… qué denso ¿qué pasó ahora? – preguntó disgustado.
Quiero saber qué chucha somos - seremos, eso pasa.
¡Ah, eso! Amigos que tienen sexo, supongo.

Martín sintió un eco, el peor de todos, como si un balazo sordo entrara por las orejas y se las despedazara por completo.
Como aún operaba su cerebro (algo vengativo) decidió suavizar la inevitable y tediosa despedida y dejarse llevar por el momento salvaje que tenía maqueteado, porque él todo lo modelaba, nada podría escapársele, antes o después, el final sería el mismo, él también quería llegar al instante pecaminoso, pero era en extremo cuidadoso al momento de mostrarse como un hombre hiper sexualizado.

La ropa fue lo que menos cuidó, los zapatos, cinturones y pantalones fueron despojados con tal arrebato que ambos parecían pirañas peleando por carne; los botones de las camisas entre más lejos saltaban me hicieron suponer que recibirían más puntos.
 Todo fue realmente feroz, con malévola premeditación fue despreocupado y poco delicado, su cadencia era más exagerada de lo normal y su brutalidad reflejaba a un presidiario recién puesto en libertad, como si fuera un jaguar.

Ni largo ni lento, ni fome ni entretenido, sólo sé que Martín estaba contento, había logrado su cometido y pensaba que este revolcón marcaba el final de esta "particular relación" de una manera poco convencional. Cuando hubo de despedirse y llegar a casa lo primero que hizo fue agregar el número de Camilo al registro de llamadas bloqueadas, no pretendía recibir más sus llamadas; de lejos mucho mejor, se dijo para sí y sonrió.